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Sopa de letras

Cada vez que me dejás vuelvo a ser un poco esto. Un poco, nada más. Y eso que cada vez es menos molesto y más empoderante. Ponele. Cada vez es menos triste, pero no lo suficiente. Cada vez es como si una nueva vez no fuera la misma. Diferencia y repetición. Cada vez es como si la niebla se hiciera más espesa y yo quedara más atrapado, más hundido de este lado. Aunque también cada vez es como la primera, me toma por sorpresa. Luego recuerdo lo que es estar desolado, lo que es estar solo. Lo que es no tener a nadie. Lo que es estar ausente en el medio de la muchedumbre. No porque no haya nadie realmente sino por uno se siente aislado. No sos vos, por supuesto, soy yo. Soy yo que tiendo a estar más solo de lo que parece (más aún). Soy yo que las manos no me llegan a tocar. Soy sólo yo, apenas un chico interesante en la escala de valores de lo normal. Alguien un poco más interesante que el promedio. Pero a mí nunca me importó ser interesante. Si aspiro a algo es a la belleza. Ya sé que es

Sin corazón

Empiezo a leer. No recordaba este diario obtuso, este obituario imprudente. Leo, voraz, como si en el pasado pudiera encontrar mi destino. Como si en las palabras lanzadas hacia el porvenir hubiera ya un presente que se me resquebraja entre las manos. Me conmuevo al darme cuenta que me ha sido otorgada una maldad muy particular, una maldad incastigable. Me ha sido dado un lenguaje cuyo veneno anestesia el crimen. No digo, con ello, que estoy libre de pecado, ni que estoy fuera de la Ley. Pero sí que, dadas las circunstancias, he avanzado silencioso y tenue bajo los pies de los centinelas, inadvertido. Tarde o temprano se inventará un don que me ponga en evidencia. Sé que, al final, no podré salirme con la mía. No obstante, cuando observo esta caja de Pandora semi-abierta, no puedo dejar de pensar en lo afortunado que es tener, para cada pena, un maleficio. Todo empezó la noche que mi corazón dejó de latir. No súbitamente, claro, sino por la presión dislocadora de la sangre a toda veloc

21 de febrero

Acabo de leer en Instagram un poema que compartió Nico Cuello. Ni idea bien qué decía, pero algo así como que “vos me compartís tu dolor y yo te comparto el mío…” Qué tupe pensar en el amor en estos tiempos. Qué descaro. Cuando ese Amor que soñamos ya no existe y todavía no hemos inventado otro que nos quede del todo bien. “Dolor” pienso, inseguridad leo. Si no fuéramos amigos vos y yo, tendría sentido hablar de esto? Si no estuviéramos construyendo una intimidad que tiene y no tiene que ver con el sexo; que lo desliza hasta el placer y lo dobla por la espalda agarrándolo, tirándolo del pelo, hasta lograr que el espacio entre los dos se transforme en una especie de cuartada, de guarida fúnebre de la esperanza de amar para siempre, de refugio para no quedar solo -extrañamente solo- frente al mundo? Cuando lamerte es también decir: me gusta tu sudor, me gusta tu sabor de marikita ansiosa; tengo miedo, pero igual lo hago; temo que no te guste, pero confío? Qué somos si no un laboratorio l

En este año, en este mundo

Imagen
  I. Mi vieja me manda una foto por whatsapp, dice que la encontró limpiando el celular (es de virgo). Ya me había olvidado de esa foto, pero me gusta. Me gustó cuando la vi por primera vez y me gusta ahora, a pesar de toda el agua que ha corrido bajo el puente. II. Es noviembre. A fin de mes es mi cumpleaños. Hace días (y quizás semanas, meses) que vengo pensando en la operación subjetiva de correr la vara del terror; en cómo se configura un imaginario que bascula en función de lo menos terrible. En cómo un mal mayor hace olvidar, aunque fuese momentáneamente, que lo terrible sigue siéndolo. O quizás no, ahí está la clave, pues si toda fuerza es relacional ¿basta con aplicar una fuerza mayor para reducir el vector de intensidad? No es una hipótesis, es una pregunta. Es una oración condicional. Aunque, también, un estado de situación (no enteramente de excepción). III. La foto es vieja, de alguna de las veces que condujimos el slam de poesía de rosario. Posiblemente para algo de hallow

El lesbianismo antes del lesbianismo

Cuando apenas era adolescente me peleé con una amiga (si no la mejor, si no la única) por confesarle a su novio que ella lo había engañado. Aunque, dicho así, mi traición es evidente. Más no se trataba, para mí, de traición, sino de regímenes políticos-comunes de la confianza, aun cuando no sabía de esas palabras ni podía imaginarlas siquiera. Ella se había chapado a mi mejor amigo (que era gay, pero a veces un poco heterocurioso con las minitas lindas) en un cumpleaños de quince en el que yo me entretenía, por supuesto, enamorándome. Y da que unos días después, el novio en cuestión (que era un poco pelotudo, pero cómo no generar empatía con los pares) me vino a preguntar. Yo, que no soy bueno mintiendo por el bien de les demás, se lo confirmé. Y quizás eso fue lo que me hizo dar cuenta de que era un pelotudo completo, porque su herida no fue la de la monogamía, sino de la hombría: lo habían engañado con un gay (¿?). No recuerdo si ella me perdonó, creo que sí. Pero el punto no es tant

Cómo se llama la obra

Andar en kayak es como andar en bicicleta, pero peor: imposible ir derecho, imposible no tambalear. Si me hubieran dicho hace un año que iba a cruzar el río remando lo hubiese negado. Y si me lo hubieran preguntado hoy mismo a las 4 de la tarde, también. Contrariamente a lo que quizás parece, no me gustan las cosas nuevas. Soy más bien clásico, old fashioned. Nada de boludeces: cenar temprano, no existir los domingos. Es así. Pero cuando pienso todo el tiempo que he pasado en esta ciudad haciendo lo mismo siento que estoy un poco muert0. Aunque pagando alquiler. Hay una nostalgia bien curiosa que aparece frente a las despedidas más o menos inminentes. Como unas ganas de vivir simplificadas en la sensación de: esto se va a terminar, aprovechalo... Tieso, ensimismado, peligrante, ansiógeno. Recordar los pequeños oleajes me hace estremecer. No disfruto de tener miedo, nunca lo hice. Tal como no disfruto de las películas de terror. El miedo es un monstruo que mejor no despertar. Comienza p

Desastre natural (un tema de Daiana Leonelli)

Ayer le decía a Morena que no estoy escribiendo nada más que la tesis y, su sola negación, la hizo aparecer. Como la luz mala, la escritura aparece cuando la invocás con la punta de la lengua. Y, como una gripe, te toma y te despedaza; como si se alimentara a tu costa. En efecto, escribí un poema de amor en el que ya no creo (y eso que fue ayer a la noche). Y no es que no lo crea, no... en realidad es que estimo que las palabras se escurren como los platos, como las veredas de una ciudad con mala planificación pluvial. Como un portal incierto, la escritura me conecta con mi oscuridad. Estar lejos no es más que estar resguardado, cuidarme de mi mismo. Soltar por un momento el puñal clavado el mi propio vientre. La eficacia del trance, su estado más profundo. Y no es lo mismo estar que darse cuenta, que sentir la falta de aire y tragar agua, porque ¿qué otra cosa si no? Ya lo he dicho: quien predice un final nunca se equivoca. Escuchar el crujido del vidrio rompiéndose, resquebrajándose.